Un espacio de tiempo infinito

7.20.2004

Tierra y libertad

La semana pasada tenía muchas cosas qué hacer y habían mil pendientes. Uno de ellos era un entrenamiento -que afortunadamente salió bien- pero ese no era el punto. En medio de una llamada telefónica recordé que tenía una cita a las 13:00 hrs., por lo que salí corriendo y entre tanto alboroto me encontré con la sopresa que afuera estaba una marcha de campesinos y anexas. ¡Ups! fue mi primera reacción. Traté de salir lo más rápido posible en el auto, pero ya era demasiado tarde.
 
Personal de seguridad nos dio la indicación que ya no había salida, y tras mi intento fallido regresé a mi escritorio a trabajar. Para las dos de la tarde -hora de la comida- mi instinto animalesco indicaba que era tiempo de dirijirse a la cocina a saborear mis alimentos.
 
Afortunadamente mi madre todavía me consiente poniendome de comer, por lo que no tuve problemas como el resto de los edelmaniacos quienes suelen salir a algún lugar o pedir comida. Pero como esto ya nos había pasado Mufasa mandó tener lista una bodega con provisiones -atún y sopas Maruchan-. Ese día la cocina era inhabitable.
 
Las horas empezaron a transcurrir con la incertidumbre de qué iba a pasar y sobre todo a qué hora íbamos a salir. Y ¿adivinen qué? Eran las 7:30 de la noche. Nosotros sin noticias y además éramos los únicos que estábamos en el edificio. !Ja qué broma!.
 
Mufasa convocó a una junta express donde se nos daba la opción de: Uno, quedarnos en el edificio hasta la hora en que los campesinos se les ocurriera retirarse. Dos, brincarnos por la azotea del edicio hacia la cocina del Wings e irnos en taxis colectivos -por rutas- y en los pocos autos que estaban estacionados fuera del edificio. Por mayoría de votos se eligió la opción número dos, así que nuestro querido director empezó a hacer los equipos para la huida -a mi me tocó irme con el licenciado Acosta que llevaba la ruta "Del Valle"-.


Todos muy formaditos y en orden nos dirigimos al nivel uno del estacionamiento donde teníamos que salir por una reja -con mucho cuidado porque sólo había un pequeño espacio para poner los pies-, bajar por una escalera toda floja, caminar hacia la azotea del restaurante, brincar un poquitín y finalmente llegar a otra escalera que conducía a la cocina. Cabe señalar que el personal de Edelman es peculiar por lo que talla, peso, estatura y fobias son muy variadas y el esfuerzo que representó en cada uno de nosotros fue proporcional a estas características.
 
Ya en piso firme, nuestra segunda misión fue no ser vistos por los campesinos -porque se podían poner flamencos-, tomar el taxi o vehículo asignado y llegar a casa.
 
No se si los campesinos lograron su objetivo -lo más seguro es que les hayan dado el avión- pero nuestra misión fue todo un éxito. Gracias a Dios esta será nuestra última odisea en el edificio de Sedesol, ya que en un mes nos mudaremos.